Towards A World Of Reckless Abandon
Hacia un mundo de abandono temerario
An ambitious show at Sky High Farm stages beauty and despair in a backdrop of ecological uncertainty
Una ambiciosa exposición en Sky High Farm escenifica belleza y desesperación en un trasfondo de incertidumbre ecológica
23.9.2025
By Jenny Wu for ArtReview online
Por Jenny Wu para ArtReview Online

This eco-themed exhibition of over 50 international artists, installed on two floors of a decommissioned cold storage warehouse in Upstate New York, is dedicated to raising funds for the Dan Colen-founded regenerative farm Sky High Farm (SHF). One first notices the laissez-faire assortment of pruned and festooned vegetation, including the shorn limb of a weeping mulberry to which Stephen Lichty has attached delicate silver chains; Pia Camil’s forked tree branch adorned with empty soda bottles; Michael Sailstorfer’s kinetic sculpture composed of an inverted bough sweeping the floor inside a ring of leaves; and several lemon and orange saplings growing in an indoor orchard, designed by Newton and Helen Mayer Harrison. It makes sense that the sprawling inventory of plants – many of which are reflected and proliferate in Rudolf Stingel’s Untitled (2004), an installation of mirrors that fills the venue’s second floor – would take centre stage in a show titled TREES NEVER END AND HOUSES NEVER END (a phrase purportedly uttered by the late artist and SHF cofounder Joey Piecuch when he was a toddler). Relegated to the background, then, is the notion of human settlement and expansion found in the second part of the title.

Because the show inaugurates what the exhibition materials call ‘a new chapter’ for the nonprofit – namely, their own expansion onto a 225-hectare property in Ancram, New York – it seems intent on striking a celebratory and politically neutral tone, which its curator (Colen) maintains, for the most part, rather nimbly through a series of visual patterns and variations. Inside Anne Imhof’s Untitled (Germantown, NY) (2025), a labyrinthine installation of industrial water tanks that fills the first floor and doubles as wall space for other works, one finds three broad themes – sublimity, alienation and revelry – braided in a corridor dedicated to large scale photographs. About a third of the passageway is devoted to images like Luke Fischbeck’s aerial views of rivers and Andrew Moore’s Trap Cliff, Barrytown (2023), which depicts a distant locomotive passing beneath colossal ochre-edged clouds and a misty mountain range. Others resemble Optics Division’s Hoosic: The Beyond Place 1 (2016–17), a black-and-white photo of a gloomy, abandoned-looking edifice – the Robert W. Wilson Building at MASS MoCA – that the artists deliberately muddled with water during the printing process, and Ryan McGinley’s photos of lean, naked young men facing off with fires and waterfalls.

What’s implied is an anthropocentric and, frankly, sentimental message, that the natural world and the built world are, for better or worse, pathos-laden backdrops for modern humans’ reckless endeavours. Elsewhere, Tränen (2015), a video by Michael Sailstorfer of a house being destroyed by wrecking ball-sized teardrops, establishes a lacrimae motif that is reprised in Anne Collier’s Lichtenstein-esque Woman Crying (Comic) #24 (2020), a blown-up image of a cartoon eye shedding a single white tear. The eye weeps above eight sculptures by Paulo Nazareth made from natural materials like stone and wood, while a gasping vocalist singing about annihilation in SALEM’s 2020 song DieWithMe plays into the exhibition space on a loop. These traces of mourning, which worm their way through the exhibition’s celebratory veneer, point to the increasingly prevalent and all-too-human phenomenon of climate grief, exacerbated by the contradiction inherent in the show’s title. Endless houses – a symptom of human expansion and development – still, at present, foreclose the possibility of endless trees, as wildernesses continue to be deforested and degraded to accommodate our needs, despite the remediation efforts of regenerative farms like SHF. The exhibition seems less interested in faulting anyone for this impasse than in sympathetically recording how it feels to be human at this juncture of grandeur and despair.

TREES NEVER END AND HOUSES NEVER END at Sky High Farm, Germantown, New York, through 31 October

Esta muestra de temática ecológica, con más de 50 artistas internacionales, instalada en dos pisos de un antiguo almacén frigorífico en el norte del estado de Nueva York, tiene como objetivo recaudar fondos para Sky High Farm (SHF), la granja regenerativa fundada por Dan Colen. Lo primero que llama la atención es la disposición laissez-faire de vegetación podada y ornamentada, como la rama cortada de una morera llorona a la que Stephen Lichty ha añadido delicadas cadenas de plata; la rama bifurcada de árbol de Pia Camil decorada con botellas de refresco vacías; la escultura cinética de Michael Sailstorfer compuesta por una rama invertida que barre el suelo dentro de un círculo de hojas; y varios retoños de limoneros y naranjos creciendo en un huerto interior diseñado por Newton y Helen Mayer Harrison. Tiene sentido que este inventario expansivo de plantas —muchas de las cuales se reflejan y multiplican en Untitled (2004) de Rudolf Stingel, una instalación de espejos que ocupa el segundo piso del recinto— ocupe un lugar central en una exposición titulada TREES NEVER END AND HOUSES NEVER END (una frase que supuestamente pronunció el difunto artista y cofundador de SHF, Joey Piecuch, cuando era niño). Relegada a un segundo plano queda, entonces, la noción de asentamiento y expansión humanos implícita en la segunda parte del título.

Dado que la exposición inaugura lo que los materiales presentan como “un nuevo capítulo” para la organización sin fines de lucro —concretamente, su expansión hacia una propiedad de 225 hectáreas en Ancram, Nueva York—, parece empeñada en adoptar un tono celebratorio y políticamente neutral, que su curador (Colen) sostiene, en su mayor parte, con soltura, mediante una serie de patrones y variaciones visuales. En Untitled (Germantown, NY) (2025) de Anne Imhof, una instalación laberíntica de tanques de agua industriales que ocupa toda la planta baja y funciona también como muro para otras obras, se entretejen tres grandes temas —lo sublime, la alienación y la celebración— en un corredor dedicado a la fotografía de gran formato. Aproximadamente un tercio del pasaje está ocupado por imágenes como las vistas aéreas de ríos de Luke Fischbeck y Trap Cliff, Barrytown (2023) de Andrew Moore, que muestra un tren a lo lejos bajo nubes colosales con bordes ocres y una cordillera brumosa. Otras se asemejan a Hoosic: The Beyond Place 1 (2016–17) de Optics Division, una foto en blanco y negro de un edificio sombrío y abandonado —el Robert W. Wilson Building en MASS MoCA— que los artistas manipularon con agua durante el proceso de impresión, o a las fotografías de Ryan McGinley de jóvenes delgados y desnudos enfrentándose a incendios y cascadas.

Lo que se sugiere es un mensaje antropocéntrico y, francamente, sentimental: que el mundo natural y el mundo construido son, para bien o para mal, telones de fondo cargados de pathos para las empresas temerarias de los humanos modernos. En otra parte, Tränen (2015), un video de Michael Sailstorfer que muestra una casa destruida por lágrimas del tamaño de una bola de demolición, establece un motivo lacrimógeno que se retoma en Woman Crying (Comic) #24 (2020) de Anne Collier, una imagen ampliada de un ojo de cómic al estilo Lichtenstein derramando una sola lágrima blanca. Ese ojo llora sobre ocho esculturas de Paulo Nazareth hechas con materiales naturales como piedra y madera, mientras una voz jadeante que canta sobre la aniquilación en DieWithMe (2020) de SALEM resuena en bucle en el espacio expositivo. Estos rastros de duelo, que se filtran a través de la apariencia celebratoria de la exposición, apuntan al fenómeno cada vez más extendido y demasiado humano del duelo climático, exacerbado por la contradicción inherente al título de la muestra. Casas interminables —síntoma de la expansión y el desarrollo humano— cierran todavía, en la actualidad, la posibilidad de árboles interminables, ya que los entornos naturales siguen siendo deforestados y degradados para satisfacer nuestras necesidades, a pesar de los esfuerzos de restauración de granjas regenerativas como SHF. La exposición parece menos interesada en culpar a alguien por este punto muerto que en registrar con empatía cómo se siente ser humano en esta encrucijada de grandeza y desesperanza.

TREES NEVER END AND HOUSES NEVER END, Sky High Farm, Germantown, Nueva York, hasta el 31 de octubre.

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