

With an artistic career spanning two decades, Mexican artist Gabriel de la Mora fills the Jumex Museum with allegories where transformation, waste, and death serve as the starting point for discovering and appreciating beauty. The exhibition's title, "La Petite Mort" (The Little Death), alludes to a term coined by Roland Barthes to describe the feeling of abandonment or loss following orgasm. This feeling is de la Mora's starting point for exploring the beauty that exists behind—or after—the death of a concept, in its transformation.
From the outset, the artist states that his search for beauty in “little deaths” will not be conservative. He welcomes you into a silent space where a deafening noise, like a gunshot, erupts, disorienting you to such a degree that it becomes difficult to read the exhibition's introductory text. Searching for the source of this noise, I came across a two-take video on the walls where the artist is hitting a life-size piñata of himself with a stick. With each blow, something like crimson confetti bursts from the piñata: De la Mora alludes to his own blood, his own death, his own destruction.
Collage — taking elements with a specific purpose and rearranging them with a new aim and toward a new essence—is Gabriel de la Mora's primary technique. Through collage, he materializes the concept of the beauty of transformation. The curatorial text is brief compared to the magnitude of the works, allowing them to speak for themselves.
Butterflies occupy a central place in the exhibition because they undergo different deaths and transformations during their life cycle: from egg to caterpillar, from caterpillar to chrysalis, and from chrysalis to butterfly. But the artist intervenes so that the butterflies undergo a final transformation after their death: he creates works of art from fragments of their wings.
A post-mortem exhibition : fragments of chicken eggshells, bracelets and tapestries of human hair, threads of blood, pieces of obsidian; transformed and readapted to become art. Thus, beauty does not die with life; it lives on as long as a viewer recognizes it.
Under this concept, there is an installation with the phrase "What we don't see is what looks at us" (adapted from a book by Georges Didi-Huberman titled What We See Is What Looks at Us ). It alludes to the dialectic between viewers and art objects. One cannot exist without the other.
Gabriel de la Mora recognizes the beauty of transformation in the most everyday elements and elevates them to art. Fabrics from 55 speaker walls modified by the sound waves that travel across their surface, 1,152 disposable leather shoe soles on wood, 41,401 hairs inserted into 6,630 sheets of paper; Post-it notes, microscope slides, laboratory waste, layers of paint.
Initially, the artist is the central figure in the transformation process between the raw material and the artwork; but increasingly, he recedes into the background, becoming merely an observer of the beauty of that transformation. He presents ready-made works modified by fire, sun, mold, and the passage of time. This part of the exhibition might be controversial: it presents “merely” burned or destroyed canvases. But contemporary art allows an idea to materialize without going beyond what is required. Gabriel de la Mora recognizes and takes advantage of this fluidity.
At the outset, the artist promised not to be conservative; in the end, he couldn't have been more radical: Gabriel de la Mora closes his exhibition with a sculptural portrait of 17 human skulls from his own family, 3D printed from CT scans. These include the exhumation and scanning of his younger sister, who died in childbirth, and of his deceased father. With this gesture, De la Mora abandons allegory and dares to seek beauty and art in death, in its most literal representation. He succeeds.
Con un recorrido artístico de dos décadas llega el artista mexicano Gabriel de la Mora a llenar el Museo Jumex de alegorías donde la transformación, el desecho y la muerte son el punto de partida para encontrar y apreciar la belleza. El nombre de la exposición, “La Petite Mort” alude a un término de Roland Barthes para hablar del sentimiento de abandono o pérdida después del orgasmo. Tal sentimiento es el punto de partida de Gabriel de la Mora para explorar la belleza que existe detrás –o después– de la muerte de un concepto, en la transformación.
Desde el inicio el artista plantea que su búsqueda de la belleza en las “pequeñas muertes” no será conservadora. Te da la bienvenida en un espacio de silencio donde irrumpe un ruido estruendoso, como un balazo, que te descoloca a tal grado que resulta difícil leer el texto introductorio de la exposición. Al buscar qué genera tal ruido, di en las paredes con un video a dos tomas donde el artista le pega con un palo a una piñata de él mismo en tamaño real. Con cada golpe sale de la piñata algo como un confeti rojo carmín: De la Mora alude a su propia sangre, su propia muerte, su propia destrucción.
El collage, tomar elementos con un fin específico para recolocarlos con un nuevo propósito y hacia una nueva esencia, es la técnica primordial de Gabriel de la Mora. Con el collage materializa el concepto de la belleza de la transformación. El texto curatorial es pequeño respecto a la magnitud de las obras y deja que éstas hablen por sí solas.
Las mariposas ocupan un sitio principal en la exposición por experimentar diferentes muertes y transformaciones durante su proceso de vida: de huevo a oruga, de oruga a capullo, y de capullo a mariposa. Pero el artista interviene para que las mariposas sufran una última transformación después de su muerte: hace, de extractos de sus alas, obras de arte.
Una exposición post mortem: fragmentos de cascarón de huevo de gallina, pulseras y tapices de pelo humano, hilos de sangre, pedazos de obsidiana; transformados y readaptados para convertirse en arte. Así, la belleza no muere con la vida; vive siempre que un espectador la reconoce.
Bajo este concepto hay una instalación con la frase “Lo que no vemos lo que nos mira” (que adapta un libro de Georges Didi-Huberman titulado Lo que vemos lo que nos mira). Alude a la dialéctica entre los espectadores y los objetos artísticos. Uno no puede existir sin el otro.
Gabriel de la Mora reconoce la belleza de la transformación en los elementos más cotidianos y los eleva al arte. Telas de 55 paredes de altavoces modificadas por las ondas de sonido que se desplazan en su superficie, 1 152 suelas de zapatos de piel desechable sobre madera, 41 401 pelos insertados en 6 630 hojas de papel; banderitas de Post-Its, portaobjetos, residuos de laboratorio, capas de pintura.
Al inicio el artista es el principal componente para el proceso de transformación entre el elemento primario y la obra de arte; pero cada vez más queda en un segundo plano hasta volverse un simple reconocedor de la belleza de la transformación: presenta obras ready-made modificadas por el fuego, el sol, el moho; por el paso del tiempo. Esta parte de la exposición podría crear controversia: presenta “meramente” canvas quemados o destruidos . Pero el arte contemporáneo permite que una idea se materialice sin ir más allá de lo que se le pide. Gabriel de la Mora reconoce y aprovecha esta ligereza.
Al inicio el artista prometió no ser conservador; al último no pudo ser más radical: Gabriel de la Mora cierra su exposición con un retrato escultórico de 17 cráneos humanos de su propia familia, impresos en 3D a partir de tomografías computarizadas. Incluyen la exhumación y escaneo de su hermana menor que murió en el parto, y de su padre fallecido. Con este gesto De la Mora se desprende de las alegorías y se atreve a buscar la belleza y el arte en la muerte, en su representación más literal. Lo logra.