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Raúl Ortega Ayala
The Zone, Chernobyl (2013-2020)
Raúl Ortega Ayala
The Zone, Chernobyl (2013-2020)
Raúl Ortega Ayala
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Raúl Ortega Ayala: The Zone

Por Claudia Arozqueta

Chernóbil siempre evocará una suerte de apocalipsis, ya que el accidente acaecido el 26 de abril de 1986, en el que la explosión del reactor cuatro dejó inhabitable una superficie aproximada de 5,200 kilómetros cuadrados y cuya radiación mató y enfermó a miles de personas, es considerado el desastre tecnológico más grave del siglo XX. Han pasado más de tres décadas desde este trágico día y sus consecuencias, que serán perpetuas, forman parte de la vida cotidiana de las zonas aledañas en Ucrania, Bielorrusia y Rusia.

Por esta trágica y singular carga histórica, Chernóbil ha sido fuente de inspiración de varios libros, películas, documentales y obras de arte. Siguiendo este linaje y guiado por su particular interés en los detritos históricos, la memoria colectiva y la amnesia social, el artista mexicano Raúl Ortega Ayala ha creado una serie de fotografías a gran escala y una película que capturan la zona de exclusión de Chernóbil.  Las obras son resultado de varias visitas a esta área y a la ciudad fantasma de Prípiat entre 2013 y 2017, construida en los años setenta, desalojada en 1986 y abierta al turismo por el gobierno ucraniano en 2011.  A partir de esto, la ciudad fue visitada por pequeños grupos turísticos con cierto gusto por lo extremo. Una década más tarde, tras el lanzamiento de la miniserie televisiva Chernóbil (2019), Prípiat se convirtió en un imán para turistas alcanzando más de cien mil visitantes anuales, cifra próxima a las casi doscientas mil personas que fueron desalojadas de la zona de exclusión.

The Zone (2013-2020) es una película que trata a Prípiat como un personaje,  una ciudad en la que se recorren los escombros de paisajes urbanos que evocan los recuerdos de quienes alguna vez la habitaron. El documental se centra en el entonces vice alcalde de Prípiat; en un profesor de educación física que tenía a cientos de niños bajo su cuidado cuando ocurrió el accidente; en una joven madre con un hijo de apenas meses de edad; y en un hombre que cuando ocurrió el accidente era un infante. En la pieza, los acompañamos mientras transitan las calles de una ciudad que, en menos de un día, debió ser desocupada por al menos cincuenta mil habitantes que se vieron obligados a migrar y dejar toda su vida atrás.

Con una atinada cinematografía aérea, la cámara inicia el recorrido de la ciudad fantasma y sus alrededores, teniendo como primer plano el colosal radar antimisiles Duga, sólido a mitad del bosque como un monumento. Posteriormente, la toma enfoca un edificio en el que se lee “Deja que el átomo sea un trabajador, no un soldado”. A lo largo del filme también es posible observar vistas al gimnasio, el cine, el parque de la cultura y su rueda de la fortuna, un restaurante y otros espacios varios de la arquitectura soviético modernista de Prípiat. El paso del tiempo es capturado al igual que el cambio de las estaciones y el vigor de la naturaleza que florece y abraza los espacios abandonados. Las ruinas quedan como testimonio de lo que fue una activa y vibrante ciudad.

Parte de The Zone es una serie de fotografías titulada Field-notes (Notas de campo) que hace hincapié en los detalles de algunos edificios en decadencia, en la parafernalia soviética y en los objetos sobrevivientes a la exhaustiva limpieza que llevaron a cabo los equipos de saneamiento. Particularmente atractiva es la imagen de gran formato de una cancha de baloncesto, instalada al fondo de la galería. Gracias a su cualidad inmersiva, resulta una ventana a través de la cual los visitantes ingresan a la zona de exclusión. Este espacio deportivo devastado, repleto de maderas y fierros deteriorados y en el que un tablero sin aro desde las alturas observa casi intacto su alrededor, contrasta con la suma importancia que el sistema soviético dio a las actividades deportivas, eficientes herramientas de adoctrinamiento ideológico y social.

En otra imagen, Ortega Ayala registra un jardín de niños en el que, frente a un muro con abundantes desconchados de pintura y grietas, se observan vestigios de mobiliario escolar y muñecos de peluche. El paisaje desolado evoca la fractura de docenas de vidas y su miríada de posibilidades devastadas en un minuto.  

Durante la época soviética, un elemento decorativo esencial del interior de cualquier departamento, o kvartira, fueron los tapices. Ortega Ayala documenta residuos de algunos empapelados en Prípiat que se han despegado con el paso del tiempo, revelando planas de periódicos soviéticos como el Pravda y la Stroitel'naya Gazeta. Estas páginas que se colocaban detrás de los tapices como aislantes, ahora cuelgan como decaídas y efímeras huellas de la vida y el gusto de los antiguos residentes.

The Zone es una historia de resiliencia y adaptación, pero también de honor y decadencia de la fe ciega en la energía nuclear, que en su momento fue el mayor de los orgullos del sistema político soviético. Esto ha cambiado desde entonces. El accidente de Chernóbil fue uno de los desencadenantes del colapso de la Unión Soviética en 1989, que además puso en tela de juicio los beneficios de la energía nuclear, provocando incipientes eco-nacionalismos y el deseo de independencia de varias repúblicas ex soviéticas. El accidente fatídico dejó al descubierto el carácter ambivalente de la energía atómica que, por un lado, es una facilitadora de la vida y una fuente inigualable de empleos y de electricidad. Y por el otro, es una energía que puede mutar inesperadamente de una solución óptima a un desastre irreparable, ante el cual somos completamente impotentes.

Así, en The Zone, confluyen dos tipos de energía: la pérdida de vitalidad de una ciudad y la explosión de una energía generada industrialmente. Estas dos nociones de energía están en choque, pues la última concibe a la energía como un mero fenómeno físico, cuantificable, mecanizado y mercantilizable que se puede producir a través dela tecnología. En contraste, las energías vitales son relacionales, comunitarias y construidas por la interacción de seres vivos en el espacio.

En la zona de exclusión de Chernóbil, las energías industriales desplazaron a las energías relacionales, porque una vez desatadas y al tener una vida útil de millones de años, sobreviven la escala temporal humana. Así, el filme de Ortega Ayala también plantea preguntas sobre nuestra relación actual con el medio ambiente y la vulnerabilidad con respecto a nuestra dependencia de una fuente de energía que, a través de la producción de desechos radiactivos, afecta los hábitats naturales y cuyas fallas potenciales de gestión, o abiertamente su uso con fines bélicos, tendrá consecuencias sociales y ambientales devastadoras y duraderas.

Asimismo, dado el contexto político mundial actual, The Zone puede enlazarse con el peligro atómico que representa la actual invasión rusa en Ucrania, la cual ya ha desplazado a millones de personas y ha bañado de sangre al país. El objetivo inicial de las fuerzas rusas en esta incursión fue la captura de la planta nuclear de Chernóbil, sucedida a unas cuantas horas de que comenzará la guerra, el 24 de febrero de 2022. La imagen de las tropas militares, que asentaron un campamento por varias semanas en la planta de energía atómica en su tránsito hacia Kiev, invitó a una ominosa especulación. No sin razón, pues esta es la primera guerra que se lucha en un país con varias centrales nucleares, y en la que un líder autocrático, VladimirPutin, empeñado en restaurar una zona de influencia rusa (el Russkiy Mir),utiliza una preocupante retórica nuclear.

La alarmante situación ha llevado al Doomsday Clock ó Reloj del Apocalipsis, diseñado por el Bulletin of the AtomicScientists para advertir qué tan cercanos estamos a una catástrofe mundial auto provocada, a marcar la hora más cercana a la destrucción total. Esto responde no sólo a que Rusia, al tomar Chernóbil y después la central nuclear en Zaporizhzhia, ha violado acuerdos internacionales en los que se prohíbe el daño a instalaciones civiles, sino también a la doctrina nuclear rusa, que había mantenido su carácter defensivo, ahora permite el uso de armas nucleares“tácticas” en caso de considerarse necesario.

En la actualidad, Rusia tiene a Europa Occidental cautiva de su aprovisionamiento de energía, e irónicamente el pago de estos mismos suministros subvenciona los elevados costos de la invasión, al tiempo que refuerzan su economía de las sanciones. Esto ha provocado la búsqueda desesperada de nuevos suministros de energía, entre ellos, la construcción de plantas nucleares. Así, este conflicto muestra cómo hemos creado relaciones de dependencia e interdependencia, de explotación y subyugación cuyos vasos comunicantes son los vectores de recursos energéticos, sean estos industriales o incluso la migración o movilización de cuerpos humanos.

The Zone es un recordatorio puntual que cuestiona nuestra aproximación a la tecnología y nos manifiesta el peligro latente en el dominio y uso de las energías, en realidad, un amplio espectro de conflicto cuyos polos son la crisis climática y la sobrevivencia geopolítica.

Raúl Ortega Ayala: The Zone

By Claudia Arozqueta

Chernobyl will always evoke a sense of apocalypse, since the accident that took place on April 26, 1986 —when the explosion of Reactor 4 left an approximate area of 5200 square kilometers uninhabitable and its radiation killed and sickened thousands of people— is considered the most egregious technological disaster of the twentieth century. More than three decades have passed since that tragic day, and its consequences will forever be part of the daily lives of people living in the surrounding areas in Ukraine, Belarus, and Russia.

Owing to its unique and tragic historical gravity, Chernobyl has inspired many books, films, documentaries, and works of art. Joining this lineage, and guided by his own interest in the detritus of history, collective memory, and social amnesia, the Mexican artist Raúl Ortega Ayala has created a film and a series of large-scale photographs depicting the Chernobyl Exclusion Zone. These works grew out of several visits to the area, and to the ghost city of Prypiat, between 2013 and 2017. Built in the 1970s, evacuated in 1986, and opened to tourism by the Ukrainian government in 2011, Prypiat has since been visited by small groups of tourists with a taste for the extreme. After the American television series Chernobyl aired in 2019, Prypiat became a tourist magnet, drawing over 100,000 visitors that year—a number that rivals the almost 200,000 people who had been cleared out from the exclusion zone.

The Zone (2013–20) is a film that approaches the city of Prypiat by picking its way through the rubble of the urban landscape, evoking the memories of the people who once lived there. The documentary features the former deputy mayor of Prypiat; a physical education teacher who had hundreds of children under his care when the accident occurred; a young mother with a newborn baby; and a man who was an infant when the accident occurred. The film accompanies them as they walk through the streets of a city that, in less than a single day, was forcibly evacuated. At least 50,000 residents had no choice but to depart, leaving their entire lives behind them.

With precise aerial cinematography, the camera begins its tour throughout the ghost city and its outskirts, foregrounding the colossal Duga anti-missile radar, a solid, monumental mass in the middle of a forest. Later, the shot comes to rest on a building that reads “Let the atom be a worker, not a soldier.” The film goes onto capture scenes of the gymnasium, the movie theater, the park of culture with its Ferris wheel, a restaurant, and various other Soviet modernist buildings of Prypiat. It captures the passing of time, the change of seasons and the way nature flourishes and embraces the abandoned spaces. The ruins serve now only as a testament to what once was an active, vibrant city.

Another part of The Zone is a series of photographs titled Field-notes, which spotlights details of decaying buildings, Soviet paraphernalia, and objects left behind after the extensive cleanup carried out by sanitation teams. Particularly attractive is a large-format print of an abandoned basketball court, installed on the gallery’s rear wall. Thanks to its immersive scale, the image gives visitors the aesthetic illusion of being in the exclusion zone. The devastated athletic space, with deteriorating wood and iron, and a hoop-less backboard observing from above, contrasts with the supreme importance that theSoviet system put on sporting activities as effective tools of ideological and social indoctrination.

In another image, Ortega Ayala documents a kindergarten where, in front of a cracked and chipped wall, we see the vestiges of school furniture and stuffed animals.The desolate landscape evokes the fracturing of dozens of lives with their myriad possibilities, all devastated in an instant.

During the Soviet era, wallpaper was an essential decorative element in any apartment building, or kvartira. Ortega Ayala documents residues of wallpaper that have begun to peel, revealing pages of Soviet newspapers like the Pravda and the Stroitel’naya Gazette. Used as a form of insulation, prints now hang as decaying, ephemeral traces of the lives and tastes of residents.

The Zone is a story of resilience and adaptation, but also of honor and the decline of blind faith in nuclear energy. Once the greatest pride of the Soviet political system, things have changed since then. The Chernobyl accident was one of the triggers of the Soviet Union’s collapse in 1989, casting doubt on the benefits of nuclear energy, and prompting incipient eco-nationalisms and desire for independence in some Soviet republics. The fateful accident revealed the ambivalent character of atomic energy, which, on the one hand, makes life easier and provides an unrivaled source of jobs and energy; and on the other, is liable to mutate unexpectedly from an optimal solution to an irreparable disaster.

Thus, two flows of energy converge in The Zone: the city’s loss of living vitality and the explosion of industrially generated energy. These notions of energy are in conflict. The latter understands energy as a strictly physical, quantifiable, mechanized, and marketable phenomenon generated through technology. In contrast, vital energies are relational, community based, and built by the interaction of living beings in space.

In the Chernobyl Exclusion Zone, industrial energy displaced relational energy; once unleashed, with a half-life of millions of years, it will outlast the temporal scale of the human species. So, Ortega Ayala’s film also poses questions about our current relationship to the environment and the vulnerability that results from the use of this energy source. It generates radioactive waste, affects natural habitats, and when mismanaged, or used in war, will have devastating social and environmental consequences.

Given the world’s current political situation, The Zone can also be understood in relation to the atomic danger posed by Russia’s ongoing invasion of Ukraine, which has already displaced millions of people. Ironically the initial objective of the Russian forces in this incursion was to capture the Chernobyl nuclear plant, which was achieved a few hours after the war began, on February 24, 2022. The image of the military troops, who set up camp for several weeks at the atomic energy plant on their way to Kyiv, invited ominous speculation —and rightfully so, since this war is fought in a country with several nuclear reactors, and in which an autocratic leader, Vladimir Putin, espouses a disturbing nuclear rhetoric in his insistence on restoring a Russian zone of influence, the Russkiy Mir.

The Doomsday Clock, designed by the Bulletin of the Atomic Scientists, continues to warn how close we are to a self-provoked worldwide catastrophe. This year the Clock was again set at 100 seconds from “Midnight” or total destruction. One of the dangers the scientists highlighted is the violation of international agreements protecting civil nuclear facilities by Russia’s capture of first Chernobyl and then the nuclear reactor at Zaporizhzhia as well as the expansion of the Russian nuclear doctrine to now allow for the use “tactical” nuclear weapons if deemed necessary.

For decades Western Europe has remained dependent on Russia for its energy supplies, and now, ironically again, these countries are helping to pay for the invasion of Ukraine with their energy payments and protecting the Russian economy from the full effects of international sanctions. Europe is now on a desperate search for new energy sources, including the possible construction of new nuclear plants. The conflict in Ukraine shows clearly how we have created relations of dependence and interdependence, of exploitation and subjugation across the vectors of energy resources, whether these are industrial or even the movement of human bodies through processes such as migration.

The Zone presents us with a timely opportunity to question our approach to technology, revealing the danger lurking in our mastery and use of energy. In reality, a broad spectrum of conflict has emerged whose poles are the climate crisis and geopolitical survival.

Raúl Ortega Ayala: The Zone

Por Claudia Arozqueta

Chernóbil siempre evocará una suerte de apocalipsis, ya que el accidente acaecido el 26 de abril de 1986, en el que la explosión del reactor cuatro dejó inhabitable una superficie aproximada de 5,200 kilómetros cuadrados y cuya radiación mató y enfermó a miles de personas, es considerado el desastre tecnológico más grave del siglo XX. Han pasado más de tres décadas desde este trágico día y sus consecuencias, que serán perpetuas, forman parte de la vida cotidiana de las zonas aledañas en Ucrania, Bielorrusia y Rusia.

Por esta trágica y singular carga histórica, Chernóbil ha sido fuente de inspiración de varios libros, películas, documentales y obras de arte. Siguiendo este linaje y guiado por su particular interés en los detritos históricos, la memoria colectiva y la amnesia social, el artista mexicano Raúl Ortega Ayala ha creado una serie de fotografías a gran escala y una película que capturan la zona de exclusión de Chernóbil.  Las obras son resultado de varias visitas a esta área y a la ciudad fantasma de Prípiat entre 2013 y 2017, construida en los años setenta, desalojada en 1986 y abierta al turismo por el gobierno ucraniano en 2011.  A partir de esto, la ciudad fue visitada por pequeños grupos turísticos con cierto gusto por lo extremo. Una década más tarde, tras el lanzamiento de la miniserie televisiva Chernóbil (2019), Prípiat se convirtió en un imán para turistas alcanzando más de cien mil visitantes anuales, cifra próxima a las casi doscientas mil personas que fueron desalojadas de la zona de exclusión.

The Zone (2013-2020) es una película que trata a Prípiat como un personaje,  una ciudad en la que se recorren los escombros de paisajes urbanos que evocan los recuerdos de quienes alguna vez la habitaron. El documental se centra en el entonces vice alcalde de Prípiat; en un profesor de educación física que tenía a cientos de niños bajo su cuidado cuando ocurrió el accidente; en una joven madre con un hijo de apenas meses de edad; y en un hombre que cuando ocurrió el accidente era un infante. En la pieza, los acompañamos mientras transitan las calles de una ciudad que, en menos de un día, debió ser desocupada por al menos cincuenta mil habitantes que se vieron obligados a migrar y dejar toda su vida atrás.

Con una atinada cinematografía aérea, la cámara inicia el recorrido de la ciudad fantasma y sus alrededores, teniendo como primer plano el colosal radar antimisiles Duga, sólido a mitad del bosque como un monumento. Posteriormente, la toma enfoca un edificio en el que se lee “Deja que el átomo sea un trabajador, no un soldado”. A lo largo del filme también es posible observar vistas al gimnasio, el cine, el parque de la cultura y su rueda de la fortuna, un restaurante y otros espacios varios de la arquitectura soviético modernista de Prípiat. El paso del tiempo es capturado al igual que el cambio de las estaciones y el vigor de la naturaleza que florece y abraza los espacios abandonados. Las ruinas quedan como testimonio de lo que fue una activa y vibrante ciudad.

Parte de The Zone es una serie de fotografías titulada Field-notes (Notas de campo) que hace hincapié en los detalles de algunos edificios en decadencia, en la parafernalia soviética y en los objetos sobrevivientes a la exhaustiva limpieza que llevaron a cabo los equipos de saneamiento. Particularmente atractiva es la imagen de gran formato de una cancha de baloncesto, instalada al fondo de la galería. Gracias a su cualidad inmersiva, resulta una ventana a través de la cual los visitantes ingresan a la zona de exclusión. Este espacio deportivo devastado, repleto de maderas y fierros deteriorados y en el que un tablero sin aro desde las alturas observa casi intacto su alrededor, contrasta con la suma importancia que el sistema soviético dio a las actividades deportivas, eficientes herramientas de adoctrinamiento ideológico y social.

En otra imagen, Ortega Ayala registra un jardín de niños en el que, frente a un muro con abundantes desconchados de pintura y grietas, se observan vestigios de mobiliario escolar y muñecos de peluche. El paisaje desolado evoca la fractura de docenas de vidas y su miríada de posibilidades devastadas en un minuto.  

Durante la época soviética, un elemento decorativo esencial del interior de cualquier departamento, o kvartira, fueron los tapices. Ortega Ayala documenta residuos de algunos empapelados en Prípiat que se han despegado con el paso del tiempo, revelando planas de periódicos soviéticos como el Pravda y la Stroitel'naya Gazeta. Estas páginas que se colocaban detrás de los tapices como aislantes, ahora cuelgan como decaídas y efímeras huellas de la vida y el gusto de los antiguos residentes.

The Zone es una historia de resiliencia y adaptación, pero también de honor y decadencia de la fe ciega en la energía nuclear, que en su momento fue el mayor de los orgullos del sistema político soviético. Esto ha cambiado desde entonces. El accidente de Chernóbil fue uno de los desencadenantes del colapso de la Unión Soviética en 1989, que además puso en tela de juicio los beneficios de la energía nuclear, provocando incipientes eco-nacionalismos y el deseo de independencia de varias repúblicas ex soviéticas. El accidente fatídico dejó al descubierto el carácter ambivalente de la energía atómica que, por un lado, es una facilitadora de la vida y una fuente inigualable de empleos y de electricidad. Y por el otro, es una energía que puede mutar inesperadamente de una solución óptima a un desastre irreparable, ante el cual somos completamente impotentes.

Así, en The Zone, confluyen dos tipos de energía: la pérdida de vitalidad de una ciudad y la explosión de una energía generada industrialmente. Estas dos nociones de energía están en choque, pues la última concibe a la energía como un mero fenómeno físico, cuantificable, mecanizado y mercantilizable que se puede producir a través dela tecnología. En contraste, las energías vitales son relacionales, comunitarias y construidas por la interacción de seres vivos en el espacio.

En la zona de exclusión de Chernóbil, las energías industriales desplazaron a las energías relacionales, porque una vez desatadas y al tener una vida útil de millones de años, sobreviven la escala temporal humana. Así, el filme de Ortega Ayala también plantea preguntas sobre nuestra relación actual con el medio ambiente y la vulnerabilidad con respecto a nuestra dependencia de una fuente de energía que, a través de la producción de desechos radiactivos, afecta los hábitats naturales y cuyas fallas potenciales de gestión, o abiertamente su uso con fines bélicos, tendrá consecuencias sociales y ambientales devastadoras y duraderas.

Asimismo, dado el contexto político mundial actual, The Zone puede enlazarse con el peligro atómico que representa la actual invasión rusa en Ucrania, la cual ya ha desplazado a millones de personas y ha bañado de sangre al país. El objetivo inicial de las fuerzas rusas en esta incursión fue la captura de la planta nuclear de Chernóbil, sucedida a unas cuantas horas de que comenzará la guerra, el 24 de febrero de 2022. La imagen de las tropas militares, que asentaron un campamento por varias semanas en la planta de energía atómica en su tránsito hacia Kiev, invitó a una ominosa especulación. No sin razón, pues esta es la primera guerra que se lucha en un país con varias centrales nucleares, y en la que un líder autocrático, VladimirPutin, empeñado en restaurar una zona de influencia rusa (el Russkiy Mir),utiliza una preocupante retórica nuclear.

La alarmante situación ha llevado al Doomsday Clock ó Reloj del Apocalipsis, diseñado por el Bulletin of the AtomicScientists para advertir qué tan cercanos estamos a una catástrofe mundial auto provocada, a marcar la hora más cercana a la destrucción total. Esto responde no sólo a que Rusia, al tomar Chernóbil y después la central nuclear en Zaporizhzhia, ha violado acuerdos internacionales en los que se prohíbe el daño a instalaciones civiles, sino también a la doctrina nuclear rusa, que había mantenido su carácter defensivo, ahora permite el uso de armas nucleares“tácticas” en caso de considerarse necesario.

En la actualidad, Rusia tiene a Europa Occidental cautiva de su aprovisionamiento de energía, e irónicamente el pago de estos mismos suministros subvenciona los elevados costos de la invasión, al tiempo que refuerzan su economía de las sanciones. Esto ha provocado la búsqueda desesperada de nuevos suministros de energía, entre ellos, la construcción de plantas nucleares. Así, este conflicto muestra cómo hemos creado relaciones de dependencia e interdependencia, de explotación y subyugación cuyos vasos comunicantes son los vectores de recursos energéticos, sean estos industriales o incluso la migración o movilización de cuerpos humanos.

The Zone es un recordatorio puntual que cuestiona nuestra aproximación a la tecnología y nos manifiesta el peligro latente en el dominio y uso de las energías, en realidad, un amplio espectro de conflicto cuyos polos son la crisis climática y la sobrevivencia geopolítica.

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Field note 24-03-14-0446 (Pripyat, Chernobyl) in collaboration with Peter Miles
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62 x 87 x 4 cm

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Field note 25-03-14-1535 (Wallpaper, Pripyat, Chernobyl) in collaboration with Roberto Rubalcava and Peter Miles
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Field note 26-03-14-1871 (Duga, Chernobyl) in collaboration with Roberto Rubalcava and Peter Miles
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Field note 25-03-14-1590 (Bookshop, Pripyat, Chernobyl) in collaboration with Roberto Rubalcava and Peter Miles
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Field note 24-03-14-35mm 149 (Wallpaper, Pripyat, Chernobyl) in collaboration with Roberto Rubalcava and Peter Miles
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Field note 24-03-14-120mm 196 (Wallpaper, Pripyat, Chernobyl) in collaboration with Roberto Rubalcava and Peter Miles
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Field note 24-03-14-120mm 156 (Wallpaper, Pripyat, Chernobyl) in collaboration with Roberto Rubalcava and Peter Miles,
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Field note 14-04-17-1473 (Gymnasium, Pripyat, Chernobyl) in collaboration with Peter Miles
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Field note 26-01-15-6015 (Playground, Pripyat, Chernobyl)
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Field note 28-01-15-6983 (Kindergarten, Pripyat, Chernobyl)
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Field note 14-04-17-7572 (Wallpaper, Pripyat, Chernobyl)
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Field note 14-04-17-7732 (School, Pripyat, Chernobyl)
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The Zone, in collaboration with Dmytro Konovalov, Valerii Savytskyi, Roberto Rubalcava, Dmytro Tiazhlov, Iain Frengley, Phil Burton and Tim Prebble
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