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Karen Rodríguez
El poeta y el calígrafo
El poeta y el calígrafo
The Poet and the Calligrapher
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Karen Rodríguez
El poeta y el calígrafo
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El poeta y el calígrafo

Karen Rodríguez 

Por Adriana Melchor Betancourt

Una de las muchas inquietudes que plantea Susan Sontag en La estética del silencio [The Aesthetics of Silence] (1967) es: ¿Hasta qué punto puede utilizarse literalmente la noción de silencio con respecto al arte? En este ensayo la escritora reflexiona sobre la importancia del silencio en varias prácticas culturales y cómo el lenguaje favorece la mediación entre la producción artística y la obra de arte. Además, expone casos en los que se ha trabajado con la propia materialidad del silencio. En El poeta y el calígrafo, exposición que presenta el más reciente proyecto de la artista mexicana Karen Rodríguez, el lenguaje y la escritura son los puntos de partida para imaginar otras maneras de creación escultórica y pictórica. Esta propuesta trata de extraer las posibilidades plásticas que existen entre los vacíos y silencios que se encuentran entre el trazado de una letra y otra. 

En la poesía se han explorado las posibilidades del lenguaje, desde su condición fonética, la visualidad de su escritura hasta los soportes de inscripción y la re-escritura. Como un primer ejemplo, el trabajo de José Juan Tablada, poeta, periodista y diplomático mexicano, exploró los vínculos entre las artes visuales y la poesía. Influenciado por las ideas de vanguardia de principios del siglo XX, la escritura japonesa y la china, publicó obras que exploran la tipografía para crear imágenes y significados, elementos que se reconocen como caligramas o poemas ideográficos. En diálogo con estas ideas, Rodríguez retoma algunas de estas inquietudes, tales como la revisión de la escritura china, cuya dirección de lectura es diferente del sistema alfabético y en la que los caracteres pictográficos e ideogramas representan gráficamente un objeto, idea o fenómeno; privilegiando la imagen o la importancia de la visualidad por encima de los fonemas o sonidos, como lo sería para nuestro alfabeto. 

Con este último en mente, Rodríguez imagina las salidas que tendría una escritura que se esconde en los resquicios de sus letras, pero además, recurre al uso del color y la cerámica como nuevos soportes de inscripción. Este conjunto de obras juega con la ilegibilidad de estos nuevos “caracteres”, pero deja lugar a la posibilidad de encontrar mensajes ocultos entre las líneas, contornos, volúmenes e iridiscencias. 

Estas líneas de investigación de la artista encuentran sus antecedentes en proyectos anteriores en los que trabajó con la cultura visual de los espacios urbanos. En esencia, registró los grafitis y pintas que encontró en sus recorridos cotidianos para luego descomponerlos y, especialmente, rescatar los espacios negativos que se creaban entre las formas. Estos “remanentes” se utilizaron como espacios libres para posibilitar nuevas composiciones pictóricas y que evocaban paisajes abstractos de esta cotidianidad urbana. De igual manera, en sus observaciones del paisaje urbano la artista rescata las capas y capas de pintura que están sobre las bardas y muros de la arquitectura, para continuar con una exploración sobre la pintura en estos espacios no oficiales y marginales, considerados como ruido visual.

En El poeta y el calígrafo la artista continúa con la inquietud de otorgarle materialidad e importancia a aquellos aspectos que pasan desapercibidos o en silencio. La escritura y, particularmente los aspectos del diseño de los caracteres propios de la caligrafía tradicional, son ahora la materia con la que la artista investiga otros procesos de creación, al tiempo que reflexiona sobre el propio acto de la comunicación y propone otras formas de escritura. Para su primera exposición del ciclo El dilema de unir los puntos, Rodríguez presenta un conjunto de obra que se compone por tres núcleos: El calígrafo: las no letras, un mural-abecedario que se descompone y varias piezas en cerámica al centro. Elementos caligráficos como las alturas que deben tener las letras, las inclinaciones y distancias e incluso las diferencias que existen para una escritura zurda, fueron consideraciones para la creación de estas piezas.

La pieza titulada El calígrafo: las no letras es un políptico en cerámica a muro cuyas formas se crearon rescatando los espacios negativos que existen entre las letras del abecedario. No obstante, está organizada siguiendo el orden de lectura de la escritura china tradicional: de derecha a izquierda y de arriba hacia abajo, y unificada en una estructura cuadrada. Asimismo, es importante destacar la técnica de cerámica de alta temperatura ahumada, pues además de darle el tono oscurecido, el mismo proceso de cocción y enfriamiento provocó que al colocar algunas piezas sobre otras, quedara una huella o ausencia sobre el mismo espacio.

El segundo núcleo está conformado por el mural-abecedario, compuesto por varias pinturas independientes que fueron creados a partir de los espacios que se forman al parear diversas letras, por ejemplo: LM, WX, HS, CX o VW, entre muchas más. Al unir estas letras, la artista extrae los espacios libres que se forman entre sus contornos, los abstrae y compone para crear nuevos patrones coloridos y ritmos. Siendo esta una de las estrategias que la artista utiliza para “re-escribir” en los silencios y así sustraer sus posibilidades formales.

Finalmente, el tercer núcleo se integra con el gran conjunto de piezas cerámicas que parten de la acción anterior, sin embargo, dota a las líneas y formas de volumen. Esta decisión se complementa con la idea de una vasija como uno de los objetos más antiguos de la humanidad y, además, uno de los primeros soportes de inscripción para narrar historias de manera visual. De igual manera, la diversidad de colores, texturas y formas que existen en estas piezas responde a las diferentes técnicas cerámicas que la artista empleó, entre estas destacan los esmaltados y el uso de la técnica cerámica raku. 

Sontag señala que “El lenguaje es el más impuro, el más contaminado, el más agotado de todos los materiales de los que el arte está hecho.” No obstante, en este nuevo cuerpo de obra, Rodríguez consigue trabajar desde los resquicios de la escritura, para transmutar su materialidad hacia otras formas de visualidad e ilegibilidad. Extendiendo la noción de los espacios vacíos o los silencios desde prácticas artísticas pensadas también como agotadas: la cerámica y el dibujo. 

The Poet and the Calligrapher

Karen Rodríguez

By Adriana Melchor Betancourt

One of the many questions that Susan Sontag poses in her essay “The Aesthetics of Silence” (1967) is: How literally can the notion of silence be used with respect to art? Sontag’s answer reflects on the importance of silence in various cultural practices, and on how language benefits the mediation between artistic production and works of art. She also touches on pieces that involved the materiality of silence itself. In The Poet and the Calligrapher, an exhibition presenting the Mexican artist Karen Rodríguez’s most recent project, language and writing are the starting points for imagining other approaches to sculptural and pictorial creation. Her project attempts to mine the plastic possibilities that exist between the empty spaces and silences that one finds between the strokes of one letter and the next.

Poetry has long been a fertile ground for exploring the possibilities of language, from its phonetic aspects and the visuality of its written form to the media of inscription and re-writing. To give just one example: the Mexican poet, journalist, and diplomat José Juan Tablada explored the links between the visual arts and poetry. Influenced by early twentieth-century avant-garde ideas, as well as by Japanese and Chinese writing systems, he published works that explore typography in service of creating images and meanings in the form of calligrams, or ideographic poems. Rodríguez has been in dialogue with these ideas, revisiting some of Tablada’s concerns, such as his interest in Chinese writing, which is read in a different direction from western European writing systems, and in which pictographic characters and ideograms graphically represent an object, idea, or phenomenon, privileging the image or the importance of visuality over and above phonemes or sounds, in contrast to the Roman alphabet used to write in English and Spanish.

With this in mind, Rodríguez imagines a way out for alphabetic writing, hidden in the crannies of its letters, while using color and ceramics as new media of inscription. This group of works plays with the illegibility of these new “characters,” but leaves room for the possibility of finding messages hidden between lines, contours, volumes, and iridescent colors.

The artist’s current inquiries have grown out of earlier projects in which she worked with the visual culture of urban spaces. Essentially, she documented the graffiti and tags that she found on her usual walks, later decomposing them with an eye to preserving the negative spaces that had been generated between forms. These “remnants” were used as spaces that were available to make possible new pictorial compositions evoking abstract landscapes out of ordinary urban life. Similarly, the artist’s observations of the urban landscape recuperate layer after layer of paint on the walls of the city’s architecture, thereby continuing to explore painting in these unofficial, marginal spaces, so often regarded as visual noise.

In The Poet and the Calligrapher, the artist pursues her interest in bestowing materiality and importance on things that typically go unnoticed or unremarked. Writing—or rather, the aspects of lettering proper to traditional calligraphy—are now the material with which the artist investigates other creative processes, while at the same time reflecting on the act of communication itself and proposing other forms of writing. For her first exhibition from the cycle The Dilemma of Connecting the Dots, Rodríguez presents a set of works that consists of three components: Calligraphy: Non-Letters, a decomposed alphabet-mural with various ceramic pieces in its midst. In conceiving these pieces, Rodríguez paid close attention to calligraphic features like the heights of the letters, the angles of tilt, spacing, and even the differences associated with writing left-handedly.

Calligraphy: Non-Letters is a polyptych in wall-mounted ceramics whose forms were created out of the negative spaces found in the letters of the Roman alphabet, but arranged in keeping with the traditional way of reading written Chinese: from right to left and top to bottom, unified in a rectangular structure. Likewise, it is important to take note of the process of high-temperature firing and cooling that not only lent the ceramics their darkened tone, but also meant that, upon placing some pieces on top of others, there would be an imprint or an absence on the same space.

The second component consists of the alphabet-mural, several independent paintings that were created out of the spaces formed by pairing various letters, such as LM, WX, HS, VW, and many others. By joining these letters, the artist extracted the empty spaces between their contours, abstracting and composing them to create new, colorful patterns and rhythms. This is one of the artist’s strategies for “re-writing” in silences and thereby drawing out their formal possibilities.

Finally, the third component is connected to the large set of ceramic pieces that came out of the previous action, but here the artist lends volume to the lines and forms. This choice is complemented with the idea that vessels are one of humankind’s most ancient objects, and moreover one of the first surfaces of inscription used to tell stories in a visual way. The variety of colors, textures, and forms in these pieces corresponds to the different ceramic techniques that the artist used, notably varnishing and the Raku ware technique.

Sontag averred that “Language is the most impure, the most contaminated, the most exhausted of all the materials out of which art is made.” Nevertheless, in this new body of work, Rodríguez succeeds in working from the crannies of writing, transmuting its materiality into other forms of visuality and illegibility, and extending the notion of empty spaces or silences from the standpoint of other artistic practices that are regarded as exhausted: ceramics and drawing.

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Karen Rodríguez 

Por Adriana Melchor Betancourt

Una de las muchas inquietudes que plantea Susan Sontag en La estética del silencio [The Aesthetics of Silence] (1967) es: ¿Hasta qué punto puede utilizarse literalmente la noción de silencio con respecto al arte? En este ensayo la escritora reflexiona sobre la importancia del silencio en varias prácticas culturales y cómo el lenguaje favorece la mediación entre la producción artística y la obra de arte. Además, expone casos en los que se ha trabajado con la propia materialidad del silencio. En El poeta y el calígrafo, exposición que presenta el más reciente proyecto de la artista mexicana Karen Rodríguez, el lenguaje y la escritura son los puntos de partida para imaginar otras maneras de creación escultórica y pictórica. Esta propuesta trata de extraer las posibilidades plásticas que existen entre los vacíos y silencios que se encuentran entre el trazado de una letra y otra. 

En la poesía se han explorado las posibilidades del lenguaje, desde su condición fonética, la visualidad de su escritura hasta los soportes de inscripción y la re-escritura. Como un primer ejemplo, el trabajo de José Juan Tablada, poeta, periodista y diplomático mexicano, exploró los vínculos entre las artes visuales y la poesía. Influenciado por las ideas de vanguardia de principios del siglo XX, la escritura japonesa y la china, publicó obras que exploran la tipografía para crear imágenes y significados, elementos que se reconocen como caligramas o poemas ideográficos. En diálogo con estas ideas, Rodríguez retoma algunas de estas inquietudes, tales como la revisión de la escritura china, cuya dirección de lectura es diferente del sistema alfabético y en la que los caracteres pictográficos e ideogramas representan gráficamente un objeto, idea o fenómeno; privilegiando la imagen o la importancia de la visualidad por encima de los fonemas o sonidos, como lo sería para nuestro alfabeto. 

Con este último en mente, Rodríguez imagina las salidas que tendría una escritura que se esconde en los resquicios de sus letras, pero además, recurre al uso del color y la cerámica como nuevos soportes de inscripción. Este conjunto de obras juega con la ilegibilidad de estos nuevos “caracteres”, pero deja lugar a la posibilidad de encontrar mensajes ocultos entre las líneas, contornos, volúmenes e iridiscencias. 

Estas líneas de investigación de la artista encuentran sus antecedentes en proyectos anteriores en los que trabajó con la cultura visual de los espacios urbanos. En esencia, registró los grafitis y pintas que encontró en sus recorridos cotidianos para luego descomponerlos y, especialmente, rescatar los espacios negativos que se creaban entre las formas. Estos “remanentes” se utilizaron como espacios libres para posibilitar nuevas composiciones pictóricas y que evocaban paisajes abstractos de esta cotidianidad urbana. De igual manera, en sus observaciones del paisaje urbano la artista rescata las capas y capas de pintura que están sobre las bardas y muros de la arquitectura, para continuar con una exploración sobre la pintura en estos espacios no oficiales y marginales, considerados como ruido visual.

En El poeta y el calígrafo la artista continúa con la inquietud de otorgarle materialidad e importancia a aquellos aspectos que pasan desapercibidos o en silencio. La escritura y, particularmente los aspectos del diseño de los caracteres propios de la caligrafía tradicional, son ahora la materia con la que la artista investiga otros procesos de creación, al tiempo que reflexiona sobre el propio acto de la comunicación y propone otras formas de escritura. Para su primera exposición del ciclo El dilema de unir los puntos, Rodríguez presenta un conjunto de obra que se compone por tres núcleos: El calígrafo: las no letras, un mural-abecedario que se descompone y varias piezas en cerámica al centro. Elementos caligráficos como las alturas que deben tener las letras, las inclinaciones y distancias e incluso las diferencias que existen para una escritura zurda, fueron consideraciones para la creación de estas piezas.

La pieza titulada El calígrafo: las no letras es un políptico en cerámica a muro cuyas formas se crearon rescatando los espacios negativos que existen entre las letras del abecedario. No obstante, está organizada siguiendo el orden de lectura de la escritura china tradicional: de derecha a izquierda y de arriba hacia abajo, y unificada en una estructura cuadrada. Asimismo, es importante destacar la técnica de cerámica de alta temperatura ahumada, pues además de darle el tono oscurecido, el mismo proceso de cocción y enfriamiento provocó que al colocar algunas piezas sobre otras, quedara una huella o ausencia sobre el mismo espacio.

El segundo núcleo está conformado por el mural-abecedario, compuesto por varias pinturas independientes que fueron creados a partir de los espacios que se forman al parear diversas letras, por ejemplo: LM, WX, HS, CX o VW, entre muchas más. Al unir estas letras, la artista extrae los espacios libres que se forman entre sus contornos, los abstrae y compone para crear nuevos patrones coloridos y ritmos. Siendo esta una de las estrategias que la artista utiliza para “re-escribir” en los silencios y así sustraer sus posibilidades formales.

Finalmente, el tercer núcleo se integra con el gran conjunto de piezas cerámicas que parten de la acción anterior, sin embargo, dota a las líneas y formas de volumen. Esta decisión se complementa con la idea de una vasija como uno de los objetos más antiguos de la humanidad y, además, uno de los primeros soportes de inscripción para narrar historias de manera visual. De igual manera, la diversidad de colores, texturas y formas que existen en estas piezas responde a las diferentes técnicas cerámicas que la artista empleó, entre estas destacan los esmaltados y el uso de la técnica cerámica raku. 

Sontag señala que “El lenguaje es el más impuro, el más contaminado, el más agotado de todos los materiales de los que el arte está hecho.” No obstante, en este nuevo cuerpo de obra, Rodríguez consigue trabajar desde los resquicios de la escritura, para transmutar su materialidad hacia otras formas de visualidad e ilegibilidad. Extendiendo la noción de los espacios vacíos o los silencios desde prácticas artísticas pensadas también como agotadas: la cerámica y el dibujo. 

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