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Ana Bidart
Sergio Camargo
Ulises Carrión
Hanne Darboven
The Estate of Helen Escobedo
Verónica Gerber Bicecci
On Kawara
Leo Marz
Paulo Monteiro
Gabriel de la Mora
Edgar Orlaineta
Mauro Piva
Sebastián Romo
José Luis Sánchez Rull
Fred Sandback
SANGREE
Marco Treviño
Ignacio Uriarte
FORMASOBREFONDO
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Marco Treviño
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Ignacio Uriarte
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2017
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2017

Por Willy Kautz

La exposición FORMASOBREFONDO propone una revisión de la estética formalista contemporánea. Esta muestra colectiva se sustenta en la disolución de la dicotomía formalismo/conceptualismo. El título es en sí un juego respecto al esquema de visualización modernista de figura sobre fondo. En ese sentido, es un texto tautológico que describe este esquema de la visualidad al tiempo que las letras que lo conforman se convierten en “formas sobre fondo”. Por medio de este enunciado, la exposición muestra relaciones diluidas entre las formas y los conceptos, la abstracción y la sintaxis.

En tanto corriente artística y filosófica, el formalismo se ha emparentado al romanticismo y la estética idealista, al precepto de <em>l’art pour l’art</em> [el arte por el arte] –acuñado por Victor Cousin y Edgar Allan Poe–, como también a las diversas tendencias de la abstracción geométrica. En sus inicios, se trató de una tendencia que se oponía al realismo (o la imitación de la naturaleza), para reivindicar un modelo estético supeditado a la revolución burguesa del siglo XIX, mismo que con el tiempo derivaría en múltiples variantes de la máxima kantiana que entendía al arte como una actividad desinteresada, o bien, una finalidad sin fin.

A finales del siglo XIX, el formalismo dio pie al avance de metodologías historiográficas cientificistas, vinculadas al advenimiento del positivismo lógico. Ligado al contexto de la llamada Escuela de Viena, este modelo de teorización suponía la edificación de un campo disciplinar autónomo; o bien, una historiografía no supeditada a la política, la religión o la economía, sino a su propio objeto o concepto, esto es, la experiencia de lo formal en los objetos artísticos.1 Desarrollado por teóricos reconocidos como Fiedler, Von Marées, Riegl, Hildebrand y Wölfflin, hasta Gombrich y el estadounidense Greenberg, las diversas vertientes del formalismo coincidían en la defensa a ultranza de la autonomía del arte. Durante el siglo XX, los preceptos historiográficos formalistas que proponían estudiar la evolución de las formas como una actividad interna a su propia disciplina, fueron puestos en tela de juicio con el arribo del giro lingüístico de la mano de la teoría semiológica de Ferdinand de Saussure, el estructuralismo, el posestructuralismo y la hermenéutica, entre otros modelos de pensamiento crítico orientados por la teoría marxista y el psicoanálisis.

Desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, el formalismo empezó a generar cuestionamientos respecto a su aparente distanciamiento del campo social. Lo que iniciara como una disyuntiva entre la filosofía hegeliana que entiende al arte como la manifestación sensible del espíritu (concepto) en contraposición a la forma sensible, hoy día se comprende como una expresión negativa. Con la llegada del arte posconceptualista en la década de los noventa, los procedimientos artísticos se multiplicaron, creando un coro de voces heterogéneo cuya disonancia global bebe desde las fuentes constructivistas hasta las minimalistas, como también del arte conceptual analítico y de muchas otras formas de politización estética que se desarrollaron después de 1968. En esa atmósfera de teorización estética, hemos olvidado que del formalismo también se desprenden teorías ligadas al constructivismo lingüístico y a la historia de las imágenes, de tal suerte que su impulso inicial hoy día se subsume a la apertura de su autonomía hacia otros campos de enlace entre la producción cultural y la visualidad.

A partir de las problemáticas aquí evidenciadas, esta exposición cuestiona la frontera entre las tendencias formalistas y las conceptuales. Esta muestra parte de una pregunta: ¿qué concepto, imaginario o afecto, le da a la forma su contenido? Así se revisa un repertorio de propuestas estéticas que, al examinar la relación de las formas con la imagen, la textualidad y lo social, traen a la vista una reformulación del legado formalista constructivista. También propone reflexionar sobre cómo la noción de autonomía se ha replanteado de la mano de nuevas estrategias conceptuales que han trastocado los preceptos del formalismo estético, en una época en que las formas y afectos tienen como fondo o concepto al mismo entramado económico, social, histórico e institucional del cual emergen.


1 Pérez Carreño, F., “Formalismo y el desarrollo de la historia del arte”, en Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, vol. II, La balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 1996, p. 256.

By Willy Kautz

The exhibition FORMASOBREFONDO proposes a review of contemporary formalist aesthetics. This group exhibition is grounded in the dissolution of the formalism/conceptualism dichotomy. The title is a play on the schematics of modernist visuality of figure and ground, in this sense it is a tautological text in that it illustrates the exhibition’s conceptual framework when the letters in the title organize themselves into “formas sobre fondo” [forms on a ground]. Through this wording, the exhibition reveals the thinness of distinction between forms and concepts—abstraction and syntax.

As much in philosophical currents as in artistic ones, formalism has been linked to romanticism, the aesthetics of idealism, and the dictum <em>l’art pour l’art</em> [art for art’s sake]—coined by Victor Cousin and Edgar Allan Poe—as well as diverse trends in geometric abstraction. At its beginning it was a movement that opposed realism—or the imitation of nature—to re-vindicate a model of aesthetics subject to the bourgeois revolution of the 19th century, and that with time would derive multiple variants of the Kantian maxim that would understand art as a selfless (reflexive) activity, an aim without end.

At the end of the 19th century, formalism established the footing for the advancement of scientific historiographical methodologies linked to the emergence of logical positivism. Situated within the context of the so called Vienna School, this model of theorization supposed the edification of an autonomous disciplinary field, or a historiography, that was not contingent upon politics, religion, or economics but, rather was of it’s own object or concept: the experience of the formal in artistic objects.1 Developed by theorists such as Fiedler, Von Marées, Riegl, Hildebrand, and Wölfflin through Gombrich and the American Greenberg, the diverse aspects of formalism united in the staunch defense of the autonomy of art. During the 20<sup>th</sup> century, the historiographical formalist principles which suggested that the study of the evolution of forms be an activity specific to its own discipline were called into question by the advent of a shift in linguistic theory, including Saussurean semiology, structuralism and hermeneutics, among other models of critical thinking oriented towards Marxist theory and psychoanalysis.

During the middle of the twentieth century formalism began to be challenged due to its apparent distance from social realities. What began as a dilemma in Hegelian philosophy that understood art as a sensitive manifestation of the spirit (concept) in counter-position to form, today is mistakenly understood as a negative or “superficial” position. With the arrival of post-conceptual art in the 1990’s, artistic methodologies multiplied, creating a chorus of heterogeneous voices whose global dissonance is informed by constructivism through minimalism; not unlike analytical conceptual art and many other forms of aesthetic politicization that developed after 1968. In this atmosphere of aesthetic theorization we have forgotten that other theories related to linguistic constructivism and the history of image production derive from formalism; which is why its initial impulse today is subsumed by the degree to which its autonomy is open to cultural production and visuality.

Departing from the problematics here evidenced, this exhibition problematizes the boundary between formalist and conceptualist movements with the question: what concept, imagery, or affect gives form its content? In this light the exhibition reviews a repertoire of aesthetic proposals to examine the relationship of forms with image, textuality, and social context, with the intention of reformulating the formalist constructivist legacy. It also proposes to consider how the notion of autonomy has been restructured as a result of new conceptual strategies that have disrupted the doctrines of formalist aesthetics in an age in which forms and their affects have as ground or concept the same economic, social, historic and institutional frameworks from which they emerge.

1 Pérez Carreño, F., “Formalismo y el desarrollo de la historia del arte”, in Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, vol. II, La balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 1996, p. 256.

Por Willy Kautz

La exposición FORMASOBREFONDO propone una revisión de la estética formalista contemporánea. Esta muestra colectiva se sustenta en la disolución de la dicotomía formalismo/conceptualismo. El título es en sí un juego respecto al esquema de visualización modernista de figura sobre fondo. En ese sentido, es un texto tautológico que describe este esquema de la visualidad al tiempo que las letras que lo conforman se convierten en “formas sobre fondo”. Por medio de este enunciado, la exposición muestra relaciones diluidas entre las formas y los conceptos, la abstracción y la sintaxis.

En tanto corriente artística y filosófica, el formalismo se ha emparentado al romanticismo y la estética idealista, al precepto de <em>l’art pour l’art</em> [el arte por el arte] –acuñado por Victor Cousin y Edgar Allan Poe–, como también a las diversas tendencias de la abstracción geométrica. En sus inicios, se trató de una tendencia que se oponía al realismo (o la imitación de la naturaleza), para reivindicar un modelo estético supeditado a la revolución burguesa del siglo XIX, mismo que con el tiempo derivaría en múltiples variantes de la máxima kantiana que entendía al arte como una actividad desinteresada, o bien, una finalidad sin fin.

A finales del siglo XIX, el formalismo dio pie al avance de metodologías historiográficas cientificistas, vinculadas al advenimiento del positivismo lógico. Ligado al contexto de la llamada Escuela de Viena, este modelo de teorización suponía la edificación de un campo disciplinar autónomo; o bien, una historiografía no supeditada a la política, la religión o la economía, sino a su propio objeto o concepto, esto es, la experiencia de lo formal en los objetos artísticos.1 Desarrollado por teóricos reconocidos como Fiedler, Von Marées, Riegl, Hildebrand y Wölfflin, hasta Gombrich y el estadounidense Greenberg, las diversas vertientes del formalismo coincidían en la defensa a ultranza de la autonomía del arte. Durante el siglo XX, los preceptos historiográficos formalistas que proponían estudiar la evolución de las formas como una actividad interna a su propia disciplina, fueron puestos en tela de juicio con el arribo del giro lingüístico de la mano de la teoría semiológica de Ferdinand de Saussure, el estructuralismo, el posestructuralismo y la hermenéutica, entre otros modelos de pensamiento crítico orientados por la teoría marxista y el psicoanálisis.

Desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, el formalismo empezó a generar cuestionamientos respecto a su aparente distanciamiento del campo social. Lo que iniciara como una disyuntiva entre la filosofía hegeliana que entiende al arte como la manifestación sensible del espíritu (concepto) en contraposición a la forma sensible, hoy día se comprende como una expresión negativa. Con la llegada del arte posconceptualista en la década de los noventa, los procedimientos artísticos se multiplicaron, creando un coro de voces heterogéneo cuya disonancia global bebe desde las fuentes constructivistas hasta las minimalistas, como también del arte conceptual analítico y de muchas otras formas de politización estética que se desarrollaron después de 1968. En esa atmósfera de teorización estética, hemos olvidado que del formalismo también se desprenden teorías ligadas al constructivismo lingüístico y a la historia de las imágenes, de tal suerte que su impulso inicial hoy día se subsume a la apertura de su autonomía hacia otros campos de enlace entre la producción cultural y la visualidad.

A partir de las problemáticas aquí evidenciadas, esta exposición cuestiona la frontera entre las tendencias formalistas y las conceptuales. Esta muestra parte de una pregunta: ¿qué concepto, imaginario o afecto, le da a la forma su contenido? Así se revisa un repertorio de propuestas estéticas que, al examinar la relación de las formas con la imagen, la textualidad y lo social, traen a la vista una reformulación del legado formalista constructivista. También propone reflexionar sobre cómo la noción de autonomía se ha replanteado de la mano de nuevas estrategias conceptuales que han trastocado los preceptos del formalismo estético, en una época en que las formas y afectos tienen como fondo o concepto al mismo entramado económico, social, histórico e institucional del cual emergen.


1 Pérez Carreño, F., “Formalismo y el desarrollo de la historia del arte”, en Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, vol. II, La balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 1996, p. 256.

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