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Anna Virnich
Eduardo Terrazas
Gabriel de la Mora
Martín Soto Climent
Sam Moyer
Roberto Turnbull
Andreas Slominski
Crooked Bazaar
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Eduardo Terrazas
Gabriel de la Mora
Martín Soto Climent
Sam Moyer
Roberto Turnbull
Andreas Slominski
Crooked Bazaar
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A-temporality [atemporalidad] es un término acuñado por el novelista de ciencia ficción William Gibson, y que se refiere a los efectos producidos por la cultura de redes. La de nosotros, argumenta Gibson, es una era en donde todos los tiempos, el conocimiento y opiniones sobre todas las cosas, existen a la vez, simultáneas, desorganizadas, y accesibles a través de un navegador o browser. El resultado es «una era de decadencia y reprogramación de estructuras fracturadas, de nuevas invenciones sociales desde las redes… un bazar retorcido de la historia y la futuridad.»

Si en nuestra cultura el tiempo se ha aplanado atemporalmente, ¿cómo responden los artistas a la historia del arte cuando se encuentra reducida a sobrantes referenciales? Crooked Bazaar, es una exhibición con obra de Gabriel de la Mora, Sam Moyer, Andreas Slominski, Martin Soto Climent, Eduardo Terrazas, Roberto Turnbull y Anna Virnich, que intenta pensar el futuro de la pintura bajo el contexto de este «bazar retorcido». Desde ensamblajes, hasta lo que podría ser considerado como post-apropiación, estas obras juguetean en la intersección de los readymades y las obras hechas a mano. Piedras y mantillas de caucho, materiales que tienen poco en común con el pigmento líquido, son cortadas y organizadas en composiciones que evocan el trabajo de Ad Reinhardt y Barnet Newman. Es pintura con los residuos de la civilización.

Martin Soto Climent utiliza en su trabajo medias que no han sido usadas para invocar la presencia de cuerpos futuros. Las retuerce y las estira sobre pequeños paneles que juntos proponen estructuras casi celulares. Al dividirlas en diversos planos y atravesarlas con escaparates íntimos, sus obras entablan una añoranza por cuadrículas, cruces, matrices o pixeles. Después de todo, el deseo vive en el tiempo futuro.

El trabajo de Anna Virnich, por el contrario, está enfocado en el registro de cuerpos pasados. Sus composiciones con telas reutilizadas, soportan delicadamente las marcas de sus antiguos propietarios. Virnich dispone franjas de seda y organza en capas, para jugar con la transparencia y la opacidad, revelando el bastidor, esqueleto que modela y sostiene las obras. La imperfección es venerada como individualidad. Las costuras de las telas se deshilan. La tensión de los soportes provoca ondulaciones que insinúan cuerpos preestablecidos en las obras: los cuerpos que produjeron las telas, aquellos que las usaron previamente, y el cuerpo de la artista, quien recogió el material y lo manipuló hacia una nueva vida.

De forma similar, Gabriel de la Mora negocia e intercambia con impresores locales las mantillas de caucho que desechan después de su uso, para realizar sus composiciones. Marcas fantasmagóricas sugieren ser los residuos de las fuerzas involucradas en la producción análoga de imágenes: tinta presionada sobre el papel por medio de una labor física.

Asimismo, el trabajo y la industria son aludidos en las piezas de Sam Moyer y Roberto Turnbull, quienes ordenan en composiciones abstractas bloques de piedras encontrados. En el trabajo de ambos, los cortes suaves y perfectos en las piedras, así como sus formas y superficies pulidas, sugieren ser sobrantes de la industria de la construcción: un recorte de lavabo por aquí, un recorte de tubería por allá. La práctica de Roberto Turnbull enfatiza el registro de la mano del artista. Traza sus movimientos al ordenar y reordenar el ensamblaje, o conecta puntos entre una piedra y otra, evocando quizás la primacía del proceso en relación al producto terminado. En contraste, Sam Moyer esconde su mano. En sus obras las piedras son ‘fijadas’ entre figuras de lienzos construidos para encajar a la perfección las losas, y completar así el plano de la imagen, no muy distinto a un joyero engarzando un anillo.

Por último, Andreas Slominski y Eduardo Terrazas empujan las ideas sobre la pintura de la muestra, por medio de acercamientos mucho más esculturales y lúdicos. El mural de Terrazas es una congregación rítmica y expansiva de pequeñas piezas de madera que parecen bloques de colores Jenga, reminiscentes de un juego de simulación urbano o de una reacción en cadena con fichas de dominó. Mientras que Slominski, conocido por desplegar trampas como obras de arte, presenta ratoneras conceptuales bajo la forma de puertas de garaje manufacturadas. Las obras ofrecen un guiño a la pintura color field al comparar lienzos monocromáticos como producto del estudio del artista, con instalaciones de almacenaje monocromáticas, bodegas para excedentes de la producción industrial. Slominski decide instalarlas con el interior de la puerta visible, insinuando que el espectador se encuentra dentro de la galería-garaje, aunque las bisagras y las puertas no correspondan. Las puertas son imposibles de abrir, es un callejón sin salida. Estamos atrapados —simbólicamente— en un cuarto, en una red global, en un estado del ser atemporal.‍

A-temporality is a term coined by science fiction novelist William Gibson that refers the outcome of networked culture. Ours, he argues, is an epoch in which all times, all knowledge and opinions of all things exist at once, simultaneous and unorganized accessible by browser. The outcome is «an era of decay and repurposing broken structures, of new social inventions within networks… a crooked networked bazaar of history and futurity.»

If our culture is one in which time has been flattened a-temporaly how do artists respond to art history reduced to flotsam of referents? Crooked Bazaar, an exhibition of works by Gabriel de la Mora, Sam Moyer, Andreas Slominski, Martin Soto Climent, Eduardo Terrazas, Roberto Turnbull and Ana Virnich looks to consider the future of painting in the context of this this «crooked bazaar». From assemblage to what might be considered post-appropriation, these works play at the intersection of the readymade and the handmade. Materials that bear little in common with liquid pigment, such as stone and rubber mats, are cut and arranged into compositions that evoke the work of Ad Reinhardt and Barnet Newman. It’s painting with the residue of civilization.

Martin Soto Climent’s work uses new stockings to invoke desire for the presence of future bodies. He twists and stretches hosiery over small panels that together suggest cellular-like structures. His division of the works into several planes transversed by intimate apparel engages longing with ideas related to grids, crosses, matrices or the pixel. Desire, after all, lives in the future tense.

Anna Virnich’s work meanwhile is more concerned with the register of past bodies as opposed to future ones. Her repurposed fabric compositions delicately bear the traces of previous owners. She layers swaths of silk and organza to play with transparency and opacity, revealing the skeleton-like stretcher bars that support and shape the piece. Imperfection is celebrated as individuality. Fabrics fray at their seams. The pull of the supports leave ripples of tension that hint at bodies preset in the work: the bodies that produced the fabrics, those that previously wore them, and the body of the artist who scavenged the material and manipulates it to new life.

Similarly, Gabriel de la Mora barters and trades with local print makers to acquire the used rubber pads from printing press beds used to make his compositions. Ghostly marks suggest the residue of the forces that go into analog image production: ink pressed into paper through weight of physical labor.

Likewise, labor and industry are alluded to in pieces by Sam Moyer and Roberto Turnbull who both arrange found stone slabs into abstract configurations. The perfectly smooth and polished faces and shapes of stone in both artists’ work suggest leftovers from the construction industry: a sink cut-out here, tubing cut-out there. Turnbull’s practice emphasizes recording the hand of the artist. He traces his movements he arranges and rearranges the assemblage, or connecting the “dots” from one stone to the next, suggesting perhaps a primacy of process over the end product. In contrast, Moyer hides her hand. The stones are ‘set’ in her works with canvas shapes constructed to fit perfectly between the slabs, completing the picture plane, not unlike a jeweler setting a ring.

Finally, Andreas Slominski and Eduardo Terrazas take the most overtly sculptural and playful approaches to pushing ideas of painting in the show. Terrazas’s mural is a sprawling rhythmic congregation of small wood pieces resembling Jenga blocks that are colored and arranged reminiscent of an urban simulation game or a domino fall. Meanwhile Slominski, who is known for displaying traps as art works, offers conceptual trappings in the form of custom manufactured garage doors. The pieces wink at color field painting by comparing monochrome canvases as product of the artist’s studio to monochrome storage facilities, warehouses of industrial surplus production. Slominski has installed them with the interior face of door visible, implying the viewer is inside the gallery-cum-garage but the hinges and doors are mismatched. The doors are impossible to open. It’s a dead end. We are trapped—albeit symbolically—in a room, in a global network, in an a-temporal state of being.

A-temporality [atemporalidad] es un término acuñado por el novelista de ciencia ficción William Gibson, y que se refiere a los efectos producidos por la cultura de redes. La de nosotros, argumenta Gibson, es una era en donde todos los tiempos, el conocimiento y opiniones sobre todas las cosas, existen a la vez, simultáneas, desorganizadas, y accesibles a través de un navegador o browser. El resultado es «una era de decadencia y reprogramación de estructuras fracturadas, de nuevas invenciones sociales desde las redes… un bazar retorcido de la historia y la futuridad.»

Si en nuestra cultura el tiempo se ha aplanado atemporalmente, ¿cómo responden los artistas a la historia del arte cuando se encuentra reducida a sobrantes referenciales? Crooked Bazaar, es una exhibición con obra de Gabriel de la Mora, Sam Moyer, Andreas Slominski, Martin Soto Climent, Eduardo Terrazas, Roberto Turnbull y Anna Virnich, que intenta pensar el futuro de la pintura bajo el contexto de este «bazar retorcido». Desde ensamblajes, hasta lo que podría ser considerado como post-apropiación, estas obras juguetean en la intersección de los readymades y las obras hechas a mano. Piedras y mantillas de caucho, materiales que tienen poco en común con el pigmento líquido, son cortadas y organizadas en composiciones que evocan el trabajo de Ad Reinhardt y Barnet Newman. Es pintura con los residuos de la civilización.

Martin Soto Climent utiliza en su trabajo medias que no han sido usadas para invocar la presencia de cuerpos futuros. Las retuerce y las estira sobre pequeños paneles que juntos proponen estructuras casi celulares. Al dividirlas en diversos planos y atravesarlas con escaparates íntimos, sus obras entablan una añoranza por cuadrículas, cruces, matrices o pixeles. Después de todo, el deseo vive en el tiempo futuro.

El trabajo de Anna Virnich, por el contrario, está enfocado en el registro de cuerpos pasados. Sus composiciones con telas reutilizadas, soportan delicadamente las marcas de sus antiguos propietarios. Virnich dispone franjas de seda y organza en capas, para jugar con la transparencia y la opacidad, revelando el bastidor, esqueleto que modela y sostiene las obras. La imperfección es venerada como individualidad. Las costuras de las telas se deshilan. La tensión de los soportes provoca ondulaciones que insinúan cuerpos preestablecidos en las obras: los cuerpos que produjeron las telas, aquellos que las usaron previamente, y el cuerpo de la artista, quien recogió el material y lo manipuló hacia una nueva vida.

De forma similar, Gabriel de la Mora negocia e intercambia con impresores locales las mantillas de caucho que desechan después de su uso, para realizar sus composiciones. Marcas fantasmagóricas sugieren ser los residuos de las fuerzas involucradas en la producción análoga de imágenes: tinta presionada sobre el papel por medio de una labor física.

Asimismo, el trabajo y la industria son aludidos en las piezas de Sam Moyer y Roberto Turnbull, quienes ordenan en composiciones abstractas bloques de piedras encontrados. En el trabajo de ambos, los cortes suaves y perfectos en las piedras, así como sus formas y superficies pulidas, sugieren ser sobrantes de la industria de la construcción: un recorte de lavabo por aquí, un recorte de tubería por allá. La práctica de Roberto Turnbull enfatiza el registro de la mano del artista. Traza sus movimientos al ordenar y reordenar el ensamblaje, o conecta puntos entre una piedra y otra, evocando quizás la primacía del proceso en relación al producto terminado. En contraste, Sam Moyer esconde su mano. En sus obras las piedras son ‘fijadas’ entre figuras de lienzos construidos para encajar a la perfección las losas, y completar así el plano de la imagen, no muy distinto a un joyero engarzando un anillo.

Por último, Andreas Slominski y Eduardo Terrazas empujan las ideas sobre la pintura de la muestra, por medio de acercamientos mucho más esculturales y lúdicos. El mural de Terrazas es una congregación rítmica y expansiva de pequeñas piezas de madera que parecen bloques de colores Jenga, reminiscentes de un juego de simulación urbano o de una reacción en cadena con fichas de dominó. Mientras que Slominski, conocido por desplegar trampas como obras de arte, presenta ratoneras conceptuales bajo la forma de puertas de garaje manufacturadas. Las obras ofrecen un guiño a la pintura color field al comparar lienzos monocromáticos como producto del estudio del artista, con instalaciones de almacenaje monocromáticas, bodegas para excedentes de la producción industrial. Slominski decide instalarlas con el interior de la puerta visible, insinuando que el espectador se encuentra dentro de la galería-garaje, aunque las bisagras y las puertas no correspondan. Las puertas son imposibles de abrir, es un callejón sin salida. Estamos atrapados —simbólicamente— en un cuarto, en una red global, en un estado del ser atemporal.‍

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GGG 2538 x 2126
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Metal, aluminum, lacquer paint, reseda green, RAL 6011

86.02 x 108.23 x 11.22 in

Metal, aluminio, pintura lacada, verde reseda, RAL 6011

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MCI / 7 - VI f
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Discarded rubber blankets from offset printing press, mounted on wood

71.38 x 95 x 2.48 in

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MCI / 4 - III f
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Discarded rubber blankets from offset printing press, mounted on wood

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Mantas de caucho desechadas de la imprenta offset, montadas sobre madera

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Untitled (Offnung) #4
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Various fabrics on wooden stretcher

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Abiquiú, Sitting Moon
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86.3 x 63.07 x 1.26 in

Piedra, mármol, lienzo teñido sobre MDF

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Matisse Feet
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Stone, dyed canvas mounted to MDF

61.65 x 49.21 x .79 in

Piedra, lienzo deslavado sobre MDF

156.6 x 125 x 2 cm

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