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Edgar Orlaineta
Edgar Orlaineta - Modern Mystic
Modern Mystic
Modern Mystic
Edgar Orlaineta
Edgar Orlaineta - Modern Mystic
Edgar Orlaineta
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2024
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2024

PAISAJES ENCANTADOS (SOBRE SUPERFICIE DE NOGAL)  

Por Rafael Toriz

Sucedida a la manera de un embrujo, la historia que relata el encuentro entre Fernando Pessoa y Aleister Crowley en septiembre de 1930, es un punto de inflexión que traza nuevas coordenadas para interpretar lo que entendemos por realidad. Reunidos para fraguar la desaparición del mago frente a un acantilado conocido como Boca do Inferno, ambos urdieron la pantomima de la desaparición de Crowley, dejando a la posteridad los indicios para comprender una modernidad paralela imbuida por la preeminencia mística, un nuevo código de lectura atento a la mirada interior orientada por las búsquedas del ocultismo, la magia y la astrología.

Parte de esa mística cifrada en un lenguaje personalísimo y depurado en plenitud de su potencia se encuentra presente en Modern Mystic, muestra de Édgar Orlaineta donde el mural del mismo nombre da cuenta de una obra compleja y madura unida por una fuerza palpable que cohesiona una multiplicidad de universos a partir de una ruta subterránea al entramado occidental del siglo XX; pero no sólo eso: la muestra también se compone por unos dinteles donde destaca el arquetipo de la trinidad en tanto manifestación de la conciencia, que remiten a los tiempos en que la especie obedecía al mandato de la Diosa Blanca y festejaba las arcaicas fiestas juninas merced de remotos ritos agrícolas: se trata de la exploración de un monte análogo íntimo que representa, en palabras de René Daumal, “la unión entre la Tierra y el Cielo, donde la cima roza las regiones eternas y la base se ramifica en múltiples estribaciones en el mundo de los mortales. Es el camino mediante el cual ser humano puede elevarse hacia la divinidad y la divinidad revelarse al ser humano”.

Hay también unos portales, los tokonomas elementos de decoración típicos de la cultura japonesa, que son discretos espacios empotrados sobre muros en los que puede exhibirse un pergamino, una flor o una pintura y que en el caso de esta muestra son más bien haikús realizados en tercera dimensiónque apuntalan la idea de que toda sugerencia de paisaje es menos su propia apariencia y más la posibilidad de implantar claraboyas artificiales con vista a discretas heterotopías. 

Empero, es el mural Modern Mystic, conformado por 17 tablones de madera tallados a la manera de un mapa esculpido por un maestro artesano, donde se establece un nuevo paisaje material que abre puertas a nuevas posibilidades de sentido, sugiriendo un punto de vista polifacético que reconfigura la mirado cada vez que nos detenemos a comprender este delicado mecanismo en movimiento. 

En este mural (que invita a ser recorrido palmo a palmo con la superficie de la mano) existe una presencia invisible que le confiere unidad al conjunto heterogéneo de materiales esculturas, objetos diversos y extraños, relojes, algunos libros insurrectos creando una nueva totalidad desmontable que hace de cada pieza su propia unidad de lugar, pero también esboza un engranaje a la manera de un tablero que indica un juego para una civilización venidera. De esta forma el mural abre puertas a nuevas posibilidades de sentido, lo que traza un punto de referencia ineludible para quienes nos sentimos interpelados por las fuerzas antagónicas de la razón diurna. 

Pero la obra es también política a la manera en que lo entendía Glauber Rocha: la cámara en la mano es mi idea en la cabeza— es decir, en la forma en que se disponen los objetos en el espacio está ya sugerida una visión de mundo; por lo que la referencia explícita a Joaquín Torres-García y su gesto de sugerir un Sur como nuevo Norte, más metafísico que geográfico, hace de la pieza de Orlaineta un momento cumbre del eclecticismo latinoamericano, donde la convergencia de distintas raíces criollas, mestizas, norteamericanas, orientales y precolombinas ha sabido darle rostro a una obra planteada como un desafío permanente, a partir del extrañamiento con los objetos cotidanos que nos asedian todas las mañanas del mundo: la producción y los oficios de Édgar Orlaineta nos recuerdan que, si ahora concebimos horizontes más lejanos, es porque estamos parados sobre hombros de gigantes.

Gabinete de maravillas que establece su propio código de lectura, Modern Mystic condensa las búsquedas de un artista devenido artesano, siguiendo un pálpito no por natural menos efectivo: el hombre piensa porque tiene manos. 

Hace tiempo que Orlaineta viene sugiriendo un nuevo lenguaje basado en una concepción única del ritmo, de la materialidad y del espacio: Modern Mystic es un portal hacia acantilados infinitos, donde nos esperan nuevos mundos, infernales y divinos, al amparo de la niebla.   

Enchanted Landscapes (on a Walnut Surface)

By Rafael Toriz

The story that tells of the spell-like encounter between Fernando Pessoa and Aleister Crowley in September 1930 is a turning point, mapping out new coordinates with which to interpret what we understand reality to be. Working together to stage the magician’s suicide at a cliff known as the Boco do Inferno, or Mouth of Hell, the two plotted the farce of Crowley’s disappearance, leaving to posterity the clues with which to understand a parallel modernity imbued with the preeminence of mysticism, a new code of reading attentive to the inward gaze, guided by inquiries pursued by the occult, magic, and astrology.

Part of that mystique—encoded in a highly personal language and purified in the fullness of its potency—can be found in Édgar Orlaineta’s exhibition Modern Mystic. The titular mural constitutes a mature, complex work unified by a palpable force merging a multiplicity of universes by way of a subterranean route underneath the western framework of the twentieth century. The exhibition also includes lintels that feature the archetype of the trinity as a manifestation of consciousness, harkening back to a time when the human species obeyed the orders of the White Goddess and celebrated the archaic June festivals in service of ancient agricultural rites: here we have the exploration of an intimate Mount Analogue that represents, in René Daumal’s words, where “Earth and Sky [meet]. Its highest summit touches the sphere of eternity, and its base branches out in manifold foothills into the world of mortals. It is the path by which humanity can raise itself to the divine and the divine reveal itself to humanity.”

There are also vestibules, the tokonomas—decorative elements typical of Japanese architecture, which are recessed spaces built into walls in which to display a parchment, a flower, a painting, or in this case three-dimensional haikus—which underpin the idea that every suggestion of landscape is less its own appearance than the possibility of introducing artificial skylights with views onto discrete heterotopias.

Nevertheless, it is the mural Modern Mystic, made up of 17 wood boards carved in the manner of a sculpted map made by a master craftsman, that establishes a new material landscape and opens the door to new possibilities of meaning, suggesting a multi-faceted point of view that reconfigures the one we see whenever we pause to understand this delicate mechanism in motion.

This mural (which invites us to run our palms along its length) is imbued with an invisible presence that unifies its heterogeneous collection of materials—sculptures, assorted strange objects, clocks, a few rebellious books—creating a new whole that can be assembled to turn each piece into its own unit of place, while also suggesting a kind of clockwork machine, like a boardgame that envisions a civilization yet to come. This is how the mural opens doors leading to new possibilities of meaning, tracing out an inescapable point of reference for those of us who feel ourselves interpellated by the antagonistic forces of diurnal reason.

But this piece is also political, in the sense understood by Glauber Rocha: a camera in the hand, an idea in the head—that is, in the way a worldview is already suggested in how objects are arranged in space. The explicit reference to Joaquín Torres-García and his gesture of suggesting a South as the new North, more metaphysical than geographical, therefore makes Orlaineta’s piece into a high point of Latin American eclecticism, in which the convergence of different roots—creole, mestizo, North American, Eastern, and pre-Hispanic—has been able to put a face to a work posited as a permanent challenge, based on defamiliarizing the everyday objects that beleaguer us each morning: Édgar Orlaineta’s production and craft work remind us that, if we are now able to conceive more distant horizons, it is because we are standing on the shoulders of giants.

A cabinet of curiosities that establishes its own code of reading, Modern Mystic encapsulates the pursuits of an artist become artisan, following a hunch that is no less effective by nature: humans think because we have hands.

For some time now, Orlaineta has been suggesting a new language based on a singular conception of rhythm, materiality, and space: Modern Mystic is an entryway leading toward infinite cliffs, where new worlds—infernal and divine—await us under cover of mist.

PAISAJES ENCANTADOS (SOBRE SUPERFICIE DE NOGAL)  

Por Rafael Toriz

Sucedida a la manera de un embrujo, la historia que relata el encuentro entre Fernando Pessoa y Aleister Crowley en septiembre de 1930, es un punto de inflexión que traza nuevas coordenadas para interpretar lo que entendemos por realidad. Reunidos para fraguar la desaparición del mago frente a un acantilado conocido como Boca do Inferno, ambos urdieron la pantomima de la desaparición de Crowley, dejando a la posteridad los indicios para comprender una modernidad paralela imbuida por la preeminencia mística, un nuevo código de lectura atento a la mirada interior orientada por las búsquedas del ocultismo, la magia y la astrología.

Parte de esa mística cifrada en un lenguaje personalísimo y depurado en plenitud de su potencia se encuentra presente en Modern Mystic, muestra de Édgar Orlaineta donde el mural del mismo nombre da cuenta de una obra compleja y madura unida por una fuerza palpable que cohesiona una multiplicidad de universos a partir de una ruta subterránea al entramado occidental del siglo XX; pero no sólo eso: la muestra también se compone por unos dinteles donde destaca el arquetipo de la trinidad en tanto manifestación de la conciencia, que remiten a los tiempos en que la especie obedecía al mandato de la Diosa Blanca y festejaba las arcaicas fiestas juninas merced de remotos ritos agrícolas: se trata de la exploración de un monte análogo íntimo que representa, en palabras de René Daumal, “la unión entre la Tierra y el Cielo, donde la cima roza las regiones eternas y la base se ramifica en múltiples estribaciones en el mundo de los mortales. Es el camino mediante el cual ser humano puede elevarse hacia la divinidad y la divinidad revelarse al ser humano”.

Hay también unos portales, los tokonomas elementos de decoración típicos de la cultura japonesa, que son discretos espacios empotrados sobre muros en los que puede exhibirse un pergamino, una flor o una pintura y que en el caso de esta muestra son más bien haikús realizados en tercera dimensiónque apuntalan la idea de que toda sugerencia de paisaje es menos su propia apariencia y más la posibilidad de implantar claraboyas artificiales con vista a discretas heterotopías. 

Empero, es el mural Modern Mystic, conformado por 17 tablones de madera tallados a la manera de un mapa esculpido por un maestro artesano, donde se establece un nuevo paisaje material que abre puertas a nuevas posibilidades de sentido, sugiriendo un punto de vista polifacético que reconfigura la mirado cada vez que nos detenemos a comprender este delicado mecanismo en movimiento. 

En este mural (que invita a ser recorrido palmo a palmo con la superficie de la mano) existe una presencia invisible que le confiere unidad al conjunto heterogéneo de materiales esculturas, objetos diversos y extraños, relojes, algunos libros insurrectos creando una nueva totalidad desmontable que hace de cada pieza su propia unidad de lugar, pero también esboza un engranaje a la manera de un tablero que indica un juego para una civilización venidera. De esta forma el mural abre puertas a nuevas posibilidades de sentido, lo que traza un punto de referencia ineludible para quienes nos sentimos interpelados por las fuerzas antagónicas de la razón diurna. 

Pero la obra es también política a la manera en que lo entendía Glauber Rocha: la cámara en la mano es mi idea en la cabeza— es decir, en la forma en que se disponen los objetos en el espacio está ya sugerida una visión de mundo; por lo que la referencia explícita a Joaquín Torres-García y su gesto de sugerir un Sur como nuevo Norte, más metafísico que geográfico, hace de la pieza de Orlaineta un momento cumbre del eclecticismo latinoamericano, donde la convergencia de distintas raíces criollas, mestizas, norteamericanas, orientales y precolombinas ha sabido darle rostro a una obra planteada como un desafío permanente, a partir del extrañamiento con los objetos cotidanos que nos asedian todas las mañanas del mundo: la producción y los oficios de Édgar Orlaineta nos recuerdan que, si ahora concebimos horizontes más lejanos, es porque estamos parados sobre hombros de gigantes.

Gabinete de maravillas que establece su propio código de lectura, Modern Mystic condensa las búsquedas de un artista devenido artesano, siguiendo un pálpito no por natural menos efectivo: el hombre piensa porque tiene manos. 

Hace tiempo que Orlaineta viene sugiriendo un nuevo lenguaje basado en una concepción única del ritmo, de la materialidad y del espacio: Modern Mystic es un portal hacia acantilados infinitos, donde nos esperan nuevos mundos, infernales y divinos, al amparo de la niebla.   

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